27 Letr@s

En 1979 fui de vacaciones a Guadalajara, en ese viaje conocí la barranca de Huentitán, la bajé hasta el río y en esas peripecias se me estropeó un zapato, se le despegó el tacón. No llevaba presupuesto para comprar otro par de mocasines, recuerdo que en mi infancia y juventud lo normal era que solo tuviéramos un solo par, hasta que durara, así que si los comprábamos en verano eran de color café, en las otras temporadas del año eran rigurosamente de color negro. También era necesario escoger, o zapato de ‘vestir’ o tenis, no había en muchas ocasiones presupuesto para las dos necesidades.

Leyendo el post de este día de Yoani Sánchez, me viene a la mente la primera vez que adquirí un tubo de Kola Loka, ese pegamento que «pega de locura», precisamente me lo recomendaron en Guadalajara para pegarle el tacón al zapato dañado, lo compré en una tienda Gigante, hoy han desaparecido mediante la compra que hizo de esos supermercados la cadena Soriana.

Después ha sido muy a lo largo cuando he requerido ese pegamento, tal vez cada 10 años en promedio, y me llama la atención que Yoani señale que el consumo de ese pegamento en un país sea proporcional a la pobreza, nunca me había puesto a pensarlo, normalmente cuando buscamos una relación de ese tipo lo relacionamos con la disminución de venta de autos o de casas, pero nunca imaginé que el Kola Loka fuera tan apreciado en un país.

Los dueños de la empresa productora de este artículo le deben de estar muy agradecidos a Fidel, si no tuviera a los cubanos prisioneros en la Isla, el pegamento Kola Loka pasaría desapercibido para la mayoría.

Ahora que el vetusto líder cubano se la lleva chocheando con la amenaza nuclear, como me gustaría pegarle las nalgas con Kola Loka a su escusado, de esta forma toda su diarrea mental se iría al caño en automático.